domingo, 27 de octubre de 2013

Confesiones de Andy Warhol sobre Nico y Lou Reed en “POPism”



Ustedes me perdonarán si el post de hoy no tiene nada que ver con la temática habitual de este blog pero es que ha muerto Lou Reed y me acuerdo de lo mucho que me gusta la Velvet Underground, pese a lo mal que se llevara con  Nico. Aún así, hubo un tiempo en que él compuso grandes canciones para que ella las interpretara. Como dice Andy Warhol en su libro “POPism, “La imagen que los de la Velvet tenían de sí mismos como grupo rockero no había incluido a Nico: no querían convertirse en el grupo acompañante de una cantante. Pero, ironías de la vida, Lou compuso las mejores canciones para que ella las cantara – como Femme Fatale y I’ll Be Your Mirror y All Tomorrow’s Parties.”


En el año 1966 el Whitney Museum de NY abría su nuevo edificio, ubicado en la calle 75 con Madison, y lo hacía con una exposición sobre Andy Warhol. Allí estaba él con los componentes de la Velvet y el resto de su séquito el día de la inauguración. En “POPism” Warhol cuenta que ese día “Los de la Velvet tocaron como locos en la inauguración y luego una veintena de nosotros invadió el restaurante de un salón de té bostoniano que regentaba una ancianita.”



Ese mismo año, la Velvet & Nico debían actuar en un local llamado “Balloon Farm” (anteriormente The Doom), donde Lou Reed y Nico mantuvieron una fuerte discusión que Andy Warhol transcribió en el libro antes mencionado "(Ya estoy harto de tanto teatro – soltó Lou -. Sí, Nico queda genial en fotos en blanco y negro de alto contraste, pero yo ya estoy harto). Él le dijo que no la dejaría cantar más con ellos y que tampoco volvería a tocar para ella… Como regalo de despedida, Lou le dio una cassette en la que había grabado la música de lo que ella cantaba. Luego Nico empezó a cantar en el bar de abajo, donde trataba de hacer funcionar un pequeño radiocassette; pero era patético ver como aquella mujer alta y guapa cantaba al ritmo de la música que salía de aquél radiocassette de baratillo y, en los descansos, se echaba a llorar porque no recordaba las funciones de los botones.”

Fruto de esa mala relación es Sunday morning interpretada por Lou Reed imitando a Nico. Pero resulta que la parodia le salió genial.


miércoles, 23 de octubre de 2013

Perifèries urbanes, on la ciutat perdia el nom - Barcelona 1947-1985


Fotografía de Oriol Maspons (1965) - Archivo histórico del COAC

A fecha de hoy, puedo decir que he visto dos veces esta exposición. La primera fue en agosto, con mi hijo Marc. La segunda, hace justo una semana, en compañía de Marta Delclos (su comisaria) y mis compañeros Cazadores de Hermes, Enrique y Jordi.

Conocí a Marta hace tan sólo unos días después de que yo, entusiasmada tras ver su exposición en el Saló del Tinell, enviara a todo mi Facebook a visitarla. Ella lo vio, le gustó mi comentario y entablamos un primer contacto virtual. Luego, cuando nos vimos en la muestra  sobre el Daguerre de Sants, descubrimos lo mucho que tenemos en común y, al día siguiente, nos volvíamos a encontrar para acudir juntas a ver su exposición.

Sobre esta segunda visita al museo de la Plaça del Rei sólo puedo decir que fue un lujo tenerla a mi lado durante la proyección ya que me pudo explicar muchas cosas interesantes sobre las imágenes que se iban sucediendo. Y sí, digo proyección porque eso es lo que es. No una muestra de fotografía al uso, como estamos acostumbrados, sino una proyección de 200 fotografías ordenadas cronológicamente con el acompañamiento musical de cánticos gregorianos. La combinación puede parecer rara pero les aseguro que funciona a la perfección. Se ha hecho así para dar una mayor unidad a las imágenes y mostrarlas todas en idénticas condiciones. Y, en cuanto a la música, tras probar varios estilos, resultó que el gregoriano era el que mejor le iba además de tener la ventaja de ser libre de derechos de autor.

Entrar en una sala a oscuras, imponente como es el Saló del Tinell, y ver al fondo una pantalla gigante proyectando imágenes de una Barcelona tan desconocida provoca una sensación muy especial. Todas, vistas de la periferia de Barcelona desde finales de los 40 hasta 1985, justo un año antes de la elección de la ciudad como sede de los Juegos Olímpicos de 1992.

Tranvía en un barrio de la periferia. Xavier Miserachs, 1962 - Colección MACBA

Marta Delclos me habló de los dos años que pasó revisando archivos públicos y privados tras el encargo recibido por parte del Museu d’Història de Barcelona (MUHBA). Al principio, la idea era realizar un estudio sobre la periferia de la ciudad sin saber muy bien cómo debía acabar la cosa. De ahí podía salir tanto una exposición  como un libro. Todo dependía del resultado de la investigación. Al final, tras revisar lo que había en l’Arxiu Fotogràfic de Barcelona, el MACBA, el Col·legi d’Arquitectes de Catalunya (COAC) y unos cuantos archivos de barrio y privados, seleccionó 250 fotos de las cuales al final quedaron las 200 que componen la muestra.

En total, hay obras de 17 autores. Francesc Català-Roca, Pilar Aymerich, Pepe Encinas, Jacques Léonard, Kim Manresa, Humberto Rivas, Marta Povo, Pep Cunties, Mariano Velasco, Gines Cuesta, J.M. Huertas Clavería, Xavier Miserachs, Custodia Moreno, Juli Azcunce, Manolo Laguillo, Pérez de Rozas y el recientemente fallecido Oriol Maspons.

Tras mi primera visita a la exposición salí fascinada con los gitanos de Montjuïc captados por la cámara de Jacques Léonard. Un francés de familia bien que, en un viaje a Barcelona, se enamoró de una gitana con la que finalmente se casó. Era Rosario Amaya, la prima de la bailaora Carmen Amaya. El paio Chan, como le llamaban los gitanos, pasó gran parte de su vida en la ciudad retratando a su familia gitana. Les hizo miles de fotos que acabaron ocultas en el fondo de un trastero hasta que, un buen día, sus hijos las descubrieron y decidieron hacerlas públicas. Pero él no fue el único en retratar los habitantes de las barracas de Montjuïc.

Niño de las barracas de Montjuïc retratado por F. Català-Roca en los años 50

Esa primera vez que estuve en la exposición, descubrí que J.M. Huertas Claverías era un gran fotógrafo. Yo, hasta entonces sólo conocía su faceta de excelente cronista de Barcelona y me gustó poder comentarlo con Marta Delclos quién, a su vez, me habló de las fotografías de Humberto Rivas y de las grandes similitudes entre la periferia de Barcelona y de su Buenos Aires natal, en la década de los 70. Época en que Kim Manresa solía retratar las revueltas populares de los barrios de la periferia barcelonesa y Pilar Aymerich hacía lo propio con las manifestaciones de obreros de la construcción. Mientras, Marta Povo realizaba un trabajo excepcional sobre los artesanos de cada barrio, como el colchonero que ejercía su oficio al aire libre en el terrado de su casa.

Xavier Miserachs retrató a los inmigrantes que llegaban a l’Estació de França con la esperanza de encontrar una vida mejor. Pep Cunties se adentró en el Institut Mental de la Santa Creu, realizando un reportaje fotográfico impresionante. Pérez de Rozas captó los destrozos provocados por unas inundaciones en Sant Adrià del Besòs  y Francesc Català-Roca inmortalizó el edificio de la Hispano Olivetti, los almacenes de la Seat y el canódromo de la Meridiana, allá por los años 60. Muchos años después, una amiga de la adolescencia y yo veíamos las carreras de galgos desde la ventana de su habitación, ubicada justo en frente. Un recuerdo de juventud que creo que me quedará para siempre.

jueves, 17 de octubre de 2013

“EL DAGUERRE DE SANTS. MEMÒRIA D’UN BARRI”


Hace unos días supe de la existencia del estudio fotográfico Daguerre, casi centenario, en la carretera de Sants y ahora casi me avergüenzo de haberlo descubierto tan tarde. Al quedar fuera de mi radio de acción inmediato (Ciutat Vella y alrededores), ni ser yo del barrio de Sants, lo había pasado por alto. Otra vez tuvo que ser Xavier Theros quien me abriera los ojos con este pedazo de texto publicado en el Diari Ara.

Como muchos negocios centenarios de la ciudad, el Daguerre podría correr peligro. Viendo lo que está pasando últimamente, no sería raro que alguien quisiera derribar el local para construir un gran edificio y venderlo por un dineral. Por eso, los miembros de la asociación Fotoconnexió, se movilizaron. ¿Y cómo lo hicieron? En primer lugar, con una llamada colectiva a los vecinos del barrio para que llevaran a l’Arxiu Municipal las fotografías que tuvieran del Daguerre de Sants. Después, con la organización de esta exposición que se acaba de inaugurar en el centre civic Les Cotxeres de Sants.

Susanna Muriel ha sido la persona encargada de coordinar el proyecto. Se incorporó en noviembre de 2011 y, desde entonces, ha pasado horas y horas en el Archivo Municipal de  Sants-Montjuïc en busca de fotos y publicidad sobre el local aparecida en las revistas del barrio. Su esfuerzo y el de los vecinos, que han aportado centenares de fotografías familiares, ha tenido la exposición como recompensa. Todas ellas (y también otras que se conservan en l’Arxiu Estudi Fotografia Daguerre) se pueden ver en el blog eldaguerredesants.wordpress.com, creado especialmente para este fin.


Acudí a la inauguración debido al interés que me causaba el proyecto que, evidentemente, está muy acorde con la temática de este blog. Además, me había citado allí con Marta Delclós y ese iba a ser nuestro primer encuentro. Al día siguiente nos volvíamos a ver para visitar, juntas, su exposición Perifèries urbanes, on la ciutatperdia el nom, de la que hablaré en un próximo post ya que, ahora, el tema que nos ocupa es el Daguerre de Sants.

Hubo un tiempo en que no existían ordenadores ni cámaras digitales. Es más, hacerse una foto era extremadamente laborioso, lento y caro. Por eso sólo se tomaban fotografías en los momentos claves de la vida de una persona como la comunión, la boda e incluso la muerte. Y sí, digo la muerte porque fotografiar al difunto no era cosa de mal gusto como se considera ahora. Tan sólo era una forma de inmortalizar su imagen y tener un recuerdo del ser querido ya que quizá jamás había tenido la oportunidad de hacerse una foto en vida.

La foto del cadáver de esta niña fue una de las que más me impresionó
A finales del siglo XIX en Barcelona había decenas de estudios fotográficos, la mayoría de los cuales se hallaban repartidos entre la Rambla y sus alrededores. El más famoso de todos, quizá fuera el Napoleón, ubicado en la Rambla de Santa Mónica, justo donde ahora se encuentra el Frontó Colom. Inaugurado en 1852 por Antonio Fernández y su esposa Anaïs Tiffon, estuvo funcionando hasta 1933. Hace un par de años l’Arxiu Fotogràfic de Barcelona le dedicó una estupenda exposición, en el mismo local donde ahora está el gimnasio, y  que tuve la oportunidad de visitar en multitud de ocasiones.

En la Rambla había muchos más. Uno era el “Baró”, en la Rambla del Estudis, 9, justo al lado de los Almacenes El Siglo. Allí es donde mis antepasados solían ir a retratarse, aunque a veces también acudían al l que estaba en la calle Pelai, 50, o al estudio Suñé (en Pl. Catalunya, 3), donde mi padre se hizo la típica foto de primera comunión.

Mi abuela Enriqueta, en 1910 en Can Baró
Otra vez mi abuela fotografiada en Can Baró





Mis abuelos fotografiados en la calle Pelai, 50
Y aquí mi padre, de marinerito, retratado en el estudio Suñé

En cuanto al Daguerre, les diré que se instaló en Sants en 1910. Su fundador, Martí Bonet, era un fotógrafo de Terrassa que decidió venir a Barcelona y ubicar su negocio en plena carretera de Sants, muy cerca del estudio cinematográfico de Fructuós Gelabert. Pero ahí no estuvo más de cinco años. En 1916 se trasladó a un edificio de la calle de Sants, 78, que fue construido expresamente para acoger el estudio Daguerre. Lugar de donde no se ha movido jamás. Martí estuvo al frente del negocio hasta que su hija, Joana Bonet, lo sustituyó. Ella estaba en la inauguración de la exposición y parecía feliz de ver su vida reflejada en la muestra. Según me contó Susanna Muriel, Joana era la encargada de retocar y colorear las fotografías siguiendo una técnica compleja y meticulosa, aprendida de su padre. Ahora, el negocio está en manos de su hijo, Francesc Tapia. Tercera generación de la familia Bonet.

miércoles, 9 de octubre de 2013

“COSES D’EN PEIUS” Records – anecdòtics serios-i-humoristics de-la-meva vida




Termino de leer el libro y decido que esto es un post. Descubrí a este personaje de la Barcelona de fines del S. XIX gracias a Xavier Theros y su artículo veraniego sobre la bohemia de la calle Petritxol.

A Theros hay que leerlo con atención. Tiene la habilidad de soltar genialidades como quien no quiere la cosa y, si el lector no está al caso, se le pueden pasar por alto detalles como que Pompeius Gener (“Peius”) era sobrino de un farmacéutico de la calle Petritxol que cruzaba palomas con loros para conseguir aves que recitasen el mensaje en lugar de llevarlo escrito en la pata. Este pequeño dato me hizo buscar por la red los libros d’en Peius y que me decidiera a comprar esta obra póstuma, que quedó a medio escribir y tuvo que ser acabada por sus editores.

Amb capa i barret have cada nit "Peius" Gener (cerámica en un muro del principio de la C/ Petritxol)

Peius procedía de una familia adinerada que vivía en la Plaza del Pi. Licenciado en farmacia y estudiante de medicina, prefería a sus amigos intelectuales que ejercer su profesión. Por eso se marchó a París con algunos de ellos y allí publicó su primera obra que en España nadie quería editar.En cambio, en París fue todo un éxito y así es como empezó a colaborar en distintas publicaciones literarias francesas.

Portal de la Pl. del Pi, 2, donde residía "Peius" Gener

Peius y compañía llevaban una vida de bohemios ricos. Viajaron físicamente por medio mundo y, por mundo y medio, gracias a su gran imaginación como él mismo cuenta en su “Coses d’en Peius”.

Apel·les Mestres fue uno de sus grandes amigos. Ambos se conocieron en la Llotja, adonde acudían para tomar clases de pintura. También compartían el gusto por ir bien trajeados y, según el propio Peius, se vestían en la refinada sastrería del señor Montràs de la calle Ferran.

En Barcelona, Peius se reunía con los amigos en su casa de la calle del Pi, 2. Cada sábado recibía a Apel·les Mestres, Àngel Guimerà, Emili Vilanova y demás personajes destacados de las letras y las ciencias de Barcelona. Incluso en una ocasión Mossen Cinto Verdaguer se dejó caer por allí.

Sara Bernhardt le tenía en gran estima. Sentimiento que, por lo que parece, era recíproco. Se conocieron en 1876, cuando Peius llegó a Francia tras la muerte de su madre y la proclamación de Alfonso XII como rey. Con Sara Bernhardt y un grupo de locos bohemios subió a un globo aerostático pilotado por Nadar, el fotógrafo. Allí arriba bebieron champán y de poco que la Bernhardt y una amiga no cayeron al vacío tras sentarse al borde del globo. Eso fue en el París de la Exposición Universal (1889).

Retratos de Sara Bernhardt dedicados, reproducidos en "Coses d'en Peius"

El grupo de Peius era capaz de viajar desde París a Munich sólo por ir a ver una representación de la Tetralogía de Wagner. Era septiembre de 1886 y se unieron a la expedición su amigo Jean Richepin, un periodista alemán y la hija de Theòphil Gauthier. Justo entonces acababa de morir el rey Luís de Baviera de una forma un tanto sospechosa, ahogado en un lago. Malas lenguas dicen que lo asesinó su médico particular tras lanzarlo al agua mientras navegaban en una barca. Dice Peius que, después de luchar ambos en el agua, el médico no salió muy bien parado aunque el rey fue el que se llevó la peor parte. Acabó cadáver, lleno de marcas en el cuello,  signo claro de estrangulación.

En otra ocasión fue invitado a ir a Mallorca para asistir a un homenaje al poeta Rosselló que, enfermo, se hallaba postrado en la cama de su casa en Palma. Una vez allí, durante un almuerzo organizado por la Diputación y el Ayuntamiento, a Peius se le ocurrió decir que había comprado al gobierno español la Independencia de los Estados Mediterráneos y que, para evitar problemas,  se constituirían en sociedad comercial. No  era cierto, por supuesto... ¡No era más que una broma! Pero un periodista de Madrid se lo creyó y lo telegrafió a su diario. A los pocos días, el ministro Moret se personaba en Palma para hablar con Pompeius Gener y mostrarle su más sincero apoyo con las siguientes palabras: “¿Sabe usted, señor Gener, que el plan éste está muy bien pensado? Así se evita el que nos pase lo que nos pasó con las Antillas que al fin y a la postre se nos emanciparon y los Yankees, como indemnizaciones, dieron una bicoca.”


Acabada la reunión, a Pompeius Gener le faltó tiempo para ir en busca de los suyos y echarse unas buenas risas a costa del ministro.

Retratos de "Peius" publicados en el libro

miércoles, 2 de octubre de 2013

“EL INDIO” de Madrid y “EL INDIO” de Barcelona

Ciertos establecimientos comerciales del siglo XIX en Barcelona y Madrid parecían guardar paralelismo en cuanto a la riqueza en su decoración, el uso de autómatas como reclamo publicitario y, sobre todo, en la denominación del negocio. Es así como aparecen en los años 1848 y 1870, respectivamente, el Molino de chocolates “El Indio”, en Madrid y los Almacenes “El Indio”, en Barcelona.

El propósito de este artículo es contar la historia de estos dos comercios, uno desaparecido y el otro en activo, por el momento.

Este reportaje aparece simultáneamente en los blogs http://srabsenta.blogspot.com.es/ de Barcelona y  http://antiguoscafesdemadrid.blogspot.com.es/ de Madrid.

EL MOLINO DE CHOCOLATES "EL INDIO" DE MADRID.

A mediados del siglo XIX proliferaron en Madrid los establecimientos dedicados al negocio del chocolate. Es así como, en el año 1848, fue inaugurado uno de los comercios más bonitos del centro de la ciudad: El molino de chocolates "El Indio", que estuvo situado en la calle de la Luna, número 14 haciendo esquina con la de San Roque, número 1.

Fuente: Museodeltraje.mcu.es
Fotografía: M.R.Giménez (2012)
"El Indio" de la calle de la Luna en el siglo XIX, en el año 1990 y en la actualidad

Los hermanos Enrique y Mauricio Vela solicitaron el permiso de apertura para su local de la calle de la Luna en el año 1847, por lo que siempre consideraron que esa fue la fecha de la fundación de la casa "El Indio". El edificio donde se ubicó el negocio, cuyo portal se sitúa en la calle de San Roque, número 1, data del año 1848, así pues el establecimiento fue inaugurado ese mismo año.

Fuente: Cartotecadigital.icc.cat
Plano de Francisco Coello y Pascual Madoz del mismo año en que se inauguró la tienda (1848)


La tienda "El Indio" tenía una superficie aproximada de 25 m2 y dos partes bien diferenciadas separadas por una gran cristalera: la zona para despachar y el molino de chocolate. El local se completaba con una oficina, a la que se accedía por un largo pasillo, y un sótano que albergaba la maquinaria del molino, no visibles al público.

Fuente: Museodeltraje.mcu.es
Interior del establecimiento

Una pequeña puerta de madera y cristal, rodeada por escaparates, daba acceso a la tienda por la calle de la Luna, número 14. El sonido de una diminuta campanilla y un crujir sobre la tarima del suelo daban la bienvenida al cliente, que de inmediato sentía el penetrante olor a chocolate y café recién molido, encontrando ante sí el magnífico mostrador de maciza caoba adornado de columnas torneadas, decoración que se repetía en todo el establecimiento. Sobre el mostrador, un pequeño molino para el café, una moderna báscula, la espléndida balanza de bronce rematada por una cabeza de águila y una discreta mampara que protegía la intimidad de la caja registradora y del teléfono de baquelita colgado en la pared.

Las paredes de la tienda estaban cubiertas por vitrinas, cerradas con puertas de cristal, que guardaban bonitos envases de latón conteniendo los diferentes productos a la venta: caramelos, té, granos de café o bombones; en sus últimas décadas también se podían adquirir allí paquetes de galletas y otros productos envasados de marca. Rematando el decorado vertical, sobre las vitrinas, había pinturas que representaban diferentes puertos marítimos enmarcadas por curvos listones de ébano con adornos de metal dorado. Dos muebles expositores, un espejo y alguna silla, para amenizar la espera a ser despachado, constituían el resto del mobiliario de la tienda.

Fuente: Museodeltraje.mcu.es
Detalle de la decoración vertical sobre las vitrinas
Sin duda, lo más destacado del establecimiento estaba al otro lado de la gran mampara de cristal que dividía en dos el local. La gran figura de un indio en pie y con los brazos abiertos, vestido tan sólo por un pudoroso pantalón de hojas doradas, un carcaj con flechas y un enorme sombrero, no dejaba indiferente a ningún peatón, ya que también se podía ver desde el escaparate de la calle. El indio era en realidad la máquina que molía el chocolate.

Fuente: Museodeltraje.mcu.es
El molino de chocolate con su autómata representando la figura de "El Indio"

Bajo un dosel de madera, sostenido por oscuras columnas torneadas, el indio y su sombrero, embudo dentro del que se volcaban los ingredientes para hacer el chocolate, era la parte de la maquinaria que distribuía las materias primas. Estas llegaban a las dos molederas a través de los brazos terminados en unos cacitos y de dos grandes embudos de bronce que pendían del dosel sobre cada moledera. Las molederas circulares de piedra estaban recubiertas por una plancha de cobre y se superponían a unas ruedas cónicas que facilitaban el giro sobre las dos grandes pilas de granito. Ambas molederas giraban en torno a un eje que a su vez comunicaba con la maquinaria del sótano. Toda esta estructura se apoyaba sobre un cerco de obra de ladrillo forrado en dos de sus laterales por un panel de madera. El trabajo era ejercido por dos operarios, mientras la venta seguía al otro lado de la mampara que preservaba del ruido, pero no del intenso aroma a chocolate.

El negocio de "El Indio" se habría iniciado como molino de chocolates y venta de cacao en polvo y productos derivados, pero a  partir de 1920 también incluiría el despacho de café, legumbre y fiambres. Más adelante, en la década de los años 40 y 50, surtiría también de caramelos y bombones con su marca registrada. Durante su última etapa en la tienda sólo se podía adquirir cafés, tés, chocolates y bombones de su marca.

El molino de chocolates "El Indio" desapareció en el año 1993. La hermosa tienda hoy forma parte de la decoración del Museo del Traje de Madrid.

LOS "ALMACENES EL INDIO" DE BARCELONA.

Fotografía: Roser Messa
Fachada principal C/ Carme, 24

En Barcelona hay un local precioso y centenario conocido como Almacenes El Indio que está a punto de desaparecer. En Madrid, en su día también hubo uno llamado casi igual aunque destinado a otros menesteres. El nuestro, el catalán, se instaló en 1870 en los bajos de un edificio modernista proyectado por Pau Sambró Badía, ubicado en la calle Carme, 24, para vender lencería y ropa de casa. Tal como indica en su fachada lateral, allí se podía encontrar (y se encuentra)“lanerías, pañolería, lencería, sederías, mantelerías, novedades”.

Fotografía: Roser Messa
Fachada lateral esquina C/ Carme, 24, con C/ Montjuïc

Fotografía: Roser Messa
Fachada lateral esquina C/ Carme, 24, con C/ Montjuïc


Salvo algunas diferencias, entrar en su interior es como transportarse a los años 20 del siglo pasado.  Al momento en que el señor Andreu Alsina se puso al frente del negocio que, en su día, inauguró F. Mitjans. Un barcelonés que había hecho las américas y, quizá por eso, el nombre del comercio sea el que es.


Fotografía: Roser Messa
Detalle de la decoración de la fachada principal

Alsina fue el responsable de la decoración modernista que aún se conserva. En 1922 encargó la renovación del local a los decoradores Vilaró y Valls que hicieron un trabajo excepcional, especialmente en el vestíbulo. Lástima que, en un lavado de cara realizado en los años 50, desapareció la parte del techo recubierta de pan de oro.


Fotografía: Roser Messa
Detalle del interior del vestíbulo

El señor Alsina  solía ir a París a buscar género de primera calidad para vender en su comercio. De uno de esos viajes volvió con un indio mecánico que instaló en el escaparate de la tienda y que procedía de la exposición universal de 1900. Según parece, era una especie de autómata que movía los brazos y desplegaba un cartel anunciador. Esto último lo hacía si el mecanismo no fallaba, cosa que ocurría a menudo y que era la diversión de los niños del barrio. A diario se apiñaban frente al cristal del aparador esperando el momento del fallo.

La década de los 20 fue la época dorada de los almacenes. En 1929 (año de la Exposición Internacional de Barcelona) trabajaban una veintena de dependientes que atendían a clientes de gustos refinados y, para celebrar la gran Exposición de Montjuïc, hasta se llegó a editar un catálogo especial. 

Fotografía: Roser Messa
Escaparate del interior del vestíbulo


En los años 40 el negocio cambió de propietario pero no de orientación. Desde entonces, Baldá i Riera, SRC, ha estado al frente de los almacenes aunque, desgraciadamente, no será por mucho tiempo más. 2014 máximo, ya que esa es la fecha fijada para el vencimiento de los viejos contratos de alquiler, como el de los Almacenes El Indio y tantos otros comercios históricos de nuestra ciudad.

Fotografía: Roser Messa
Interior de la tienda
Hace poco entré por primera vez en el local. Jamás había comprado nada allí pero acudí fascinada por su estética y ya con la intención de dedicarle una entrada en el blog. Hacía tiempo que, cada vez que pasaba por delante, me quedaba embobada mirando el aparador tal como hacían los niños de los años 20 y, muchos años después, lo hiciera Mercè Ibarz como reconocía en este artículo publicado en El País hace un par de meses.

Fotografía: Roser Messa
Interior de la tienda
El día que fui me atendieron los dos únicos empleados que quedan. Nada parecido a los veinte que trabajaban a destajo en su época de esplendor.  Ellos me contaron el problema al que se enfrentan y que es el pagar un alquiler astronómico por un negocio que ya no es rentable. A ellos les ocurre algo similar a lo que pasó con La Casa de las Mantas, que se los come la competencia de los grandes comercios.  Por tanto, es inviable mantener un negocio en el que las ventas son mínimas y el alquiler por el local es desmesurado.

El Indio ha aguantado de todo. Hasta un pequeño incendio del que me he enterado por un artículo de Lluís Permanyer publicado en La Vanguardia en septiembre de 1991. Según la noticia, el fuego fue originado por un indigente que quemó un contenedor situado en la confluencia entre las calles Carme y Montjuïc del Carme, alcanzando el rótulo de la fachada. Por suerte, un acuerdo entre el propietario del comercio y el ayuntamiento consiguió recuperar su aspecto original. En cambio, ahora no hay acuerdo que valga. El Indio y otros tantos comercios como él acabarán por desaparecer. En su lugar veremos surgir más Zara, Mango, McDonalds….


Fotografía: Roser Messa
Fachada vista desde la esquina de la C/ Carme con la C/ Montjuïc

Fuentes (Molino de chocolates "El Indio" de Madrid:
Museodeltraje.mcu.es
"La fábrica de chocolates El Indio" Cristina Cámara Bello
"El cine, la Gran Vía y yo" Rosario González Truchado.